La hora del diablo

Había pasado ya un tiempo desde que me di cuenta de que mi perro tenía una extraña manía por las noches, nunca le tomé importancia pues me parecía algo normal en un ser irracional. Todas las noches y durante un extenso periodo, el canino, que dormía en la sala de mi casa, caminaba por el pasillo y hasta mi habitación, cosa que tenía prohibida y era regañado siempre y cuando fuera sorprendido, olfateaba un poco por debajo de la puerta y volvía a la sala, a su lugar, pero en lugar de dormir mostraba un extraño comportamiento, en un principio sólo me era posible oír lo que el animal hacia, empezaba por olfatear un lugar en específico, siempre el mismo lugar, para después comenzar a rascar desesperadamente como tratando de desenterrar algo, hecho imposible pues vivo en departamentos. Como dije, al principio no le tomé importancia sino hasta que su constante rascar me perturbó, ya por el hecho de que siempre era a la misma hora todas las noches, a las 3 de la mañana. En cuanto a ésta hora infernal, siempre he creído que no son más que cuentos y charlatanería, pero el hecho es que siempre era a la misma hora. Una noche me dispuse a observar al perro mientras éste realizaba su extraña y monótona actividad nocturna, me hice el dormido y esperé a que el perro fuera a visitar la entrada de mi cuarto, el cuál dejé abierto para no hacer ruido al momento de salir a espiarlo, fue cuando noté todo lo antes mencionado, el lugar en el que rascaba era en una de las esquinas de la sala donde pongo una planta de sombra la cual nunca se mueve, en principio creí que la planta era la responsable de tales actos, aparentemente inconscientes. Esa noche volví a la cama y me sentí más perturbado de lo habitual, incluso podría decir que hasta espantado, me costó alrededor de una hora conciliar el sueño, una hora en la que espectros y demonios deambulaban por mi habitación, en la que el más leve ruido era para mi como un incesante rechinar de cadenas y gritos de desesperación.
Al día siguiente, convencido de que la planta tenía algo que ver en su conducta, la moví y aparté fuera del alcance del animal, limpié el área donde estaba puesta y dejé el espacio vacío, esperando con esto poner fin a la aparente manía de mi perro. Dieron las diez de la noche, las once y las doce y mi impaciencia crecía y crecía, a la una de la mañana decidí apagar todo para que el perro no notara nada extraño y poder observar su comportamiento sin alterar ningún factor a excepción de la planta. Las dos de la mañana, la hora se acercaba tan lentamente que sólo puedo culpar de esto a la naturaleza humana, que nos pone nerviosos cuando estamos a punto de revelar un acertijo o un misterio, de realizar un descubrimiento o descubrir una razón. No sudaba pero sentía como si lo hiciera, era algo en el ambiente que me inquietaba. Tres de la mañana, el perro se acercó a mi habitación, igual que siempre, olfateó un poco por debajo de la puerta y emprendió su camino de regreso, me levanté y lo seguí, no sé si el perro se dio cuenta alguna vez de mi presencia dados sus sentidos aumentados, pero, al contrario de lo que esperaba, el perro hizo lo mismo de todas las noches.
Tratando de entender ésta conducta pasé en vela varias noches, escuchando al perro realizar su extraña labor, olfateando y rascando con desesperación, pensando en los porqués de ésta a la vez que me perturbaba el pensar en algo sobrenatural, mi conciencia no ayudaba pues seguía oyendo ruidos, respiraciones ajenas a la mía, pasos, olores horribles, canicas en el techo, tacones a las cuatro de la mañana, cosa imposible pues yo vivía en el último piso. Llegué al punto en el que ya no dormía, observaba a mi perro y él, con una calma casi espantosa, como si nada ocurriera, me devolvía la mirada esperando que le diera una palmada en la cabeza o una caricia. Cada día ignoraba más al perro, ya sea por que no podía dormir o por el hecho de que seguía haciendo lo mismo todas las noches, siempre a las tres de la mañana, su mirada parecía inocente y como de quien no sabe está haciendo algo mal. Empecé a creer que me estaba volviendo loco, pues los infernales ruidos crecían y los sonidos del incesante rascar del perro retumbaban en mi cabeza como piedras y martillos. Empecé a pensar que debía deshacerme del animal, no soy cruel o inhumano, así que pensé en regalarlo, buscaba dueño para el diabólico animal pero no es fácil encontrar dueño a un perro grande de edad y de tamaño. Pensaba que el mismo perro me estaba orillando a perderlo en algún lugar de la ciudad, me estaba volviendo loco, ya no dormía, pensé hasta en matarlo.
Un día, por la mañana, escuche alboroto en el departamento de abajo, el perro ladraba como nunca lo había oído, me asomé por el ojo de la puerta para cerciorarme que no hubiera nadie y salí, escuché muchas voces y observé que había patrullas y una ambulancia, la policía tiró la puerta del vecino, a quien no había visto por semanas, y descubrieron el cadáver de su esposa, putrefacto ya de varios meses. Aparentemente, el perro, olió el cadáver e intentaba llegar a él. Una nota en un periódico amarillista a la mañana siguiente describía los hechos de la entrada de la policía al departamento y el hallazgo de la difunta. Una fotografía mostraba la puerta de la entrada de mi casa. Mi mente jugaba conmigo.


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